Por Javier Garin
(nota escrita para una publicación colectiva con motivo del 70 aniversario del 17 de octubre)
1) UNA JORNADA MÍTICA:
El 17 de octubre de 1945 se instaló desde un principio, en el imaginario popular, como un momento fundacional y mítico. Carácter que no hizo más que consolidarse con el paso del tiempo, por derecho propio, con independencia de la propaganda justicialista -que lo promovió a “Día de la Lealtad” y oficializó su celebración casi como una fecha patria, sobre todo a partir de 1947-, y a despecho de la negación obstinada de las sucesivas dictaduras y gobiernos antiperonistas que pretendieron borrarlo de la memoria colectiva mediante la descalificación –“aluvión zoológico”-, la represión, la proscripción y la censura.
La irrupción pública y masiva de un actor político y social -el proletariado urbano-, hasta entonces invisibilizado, tomando posesión de la Plaza de Mayo, tiene una potencia arrolladora como síntesis de época. La irreverencia popular ha quedado eternizada en la imagen trilladísima y poderosa de “las patas en la fuente” de aquellos pacíficos “cabecitas negras”, los futuros “descamisados” y “grasitas” de Evita, que venían en oleadas desde el Conurbano profundo hacia el centro simbólico del poder institucional.
El hecho político en sí posee todas las características necesarias para convertirse en mito fundacional, con su héroe abatido y luego restaurado por la obra redentora del pueblo. Perón, futuro líder de un movimiento que todavía no existe en la percepción de los medios y el microclima político, pero que se ha ido gestando en las sombras de la realidad social profunda, cae en desgracia y es derrotado por las intrigas palaciegas del gobierno militar al cual pertenece y del que ha sido el verdadero cerebro hasta entonces. Es un dirigente momentáneamente aislado: en su círculo de poder ha perdido apoyo, y fuera del gobierno es visto por la dirigencia tradicional -desde la derecha hasta la izquierda, desde el esclavista Patrón Costas hasta el comunista Victorio Codovilla-, y por los virreyes imperiales anglosajones, como un elemento extraño, peligroso, al cual hay que derribar. Y en esa soledad política, en esa hora de derrota, en la cual el propio Perón no avizora esperanza inmediata, meditando en retirarse al remoto Chubut –según confiesa en carta a Evita desde su prisión en Martín García-, es cuando el pueblo trabajador -y no las camarillas dirigenciales- se moviliza para rescatar al incómodo coronel de su ostracismo.
El potencial de este drama fue explicitado por Scalabrini Ortíz, al describir la movilización popular mediante una transparente apelación al lenguaje mítico y legendario: “subsuelo de la patria sublevado”, “cimiento básico de la nación que asomaba”, “los hombres que están solos y esperan, que iniciaban sus tareas de reivindicación”, “el espíritu de la tierra presente”, etcétera.
Más prosaico, Cabot, el embajador norteamericano, informa al Departamento de Estado yanqui, al día siguiente: “Prácticamente ninguna persona con que he conversado deja de manifestar su perplejidad ni alcanza a explicar los sucesos de las últimas 24 horas. Hay un consenso generalizado de que los sectores que apoyan a Perón son mucho más fuertes de lo que nadie se hubiera imaginado, que las fuerzas antiperonistas fueron tomadas por sorpresa y que el sentimiento popular se volcó repentinamente a favor de Perón.”
Se podrá debatir cuánto hubo de espontaneidad y cuánto de astucia organizativa en la movilización del 17 de octubre. Se podrá evaluar en mayor o menor medida el papel que cupo a Domingo Mercante, a Cipriano Reyes, a los líderes sindicales afines y a los demás dirigentes y oficiales del Ejército involucrados. Se podrá contender acerca del número de manifestantes, si fueron treinta mil (según el embajador norteamericano) o medio millón (según las fuentes peronistas). Ello no altera en nada la contundencia, novedad y significación del hecho político que entonces se produjo, ni desmerece la definición de Jauretche: “El 17 de octubre fue una Fuenteovejuna, nadie y todos lo hicieron”.
2) EL DÍA EN QUE SE SELLÓ UNA ALIANZA PERMANENTE ENTRE PERON Y LOS TRABAJADORES.
Una de las consecuencias más memorables del 17 de octubre es que queda reafirmado definitivamente un vínculo indestructible entre el naciente líder nacionalista y la masa trabajadora. Un vínculo surgido y cultivado con esmero en las jornadas infatigables de la Secretaría de Trabajo y Previsión, y en los avances normativos que van recogiendo las demandas laborales insatisfechas de décadas de lucha obrera. Un vínculo que será el respaldo permanente de Perón como político y que determinará el contenido de buena parte de sus doctrinas y planes de gobierno.
De esta manera, el peronismo asumirá su forma definitiva como movimiento nacional con un fuerte componente obrero y un ineludible compromiso de reivindicación de los intereses de los trabajadores, tal como quedará plasmado en la legislación laboral y sindical y en la reforma constitucional de 1949, con su consagración de derechos sociales, que se contaban entre las más avanzadas del mundo y que aún hoy asombra por sus generosos alcances tuitivos.
La Revolución Nacional encarnada por Perón, en su objetivo central de emancipar al país de los lazos coloniales, quedará para siempre marcada por este componente proletario, que la distinguirá de movimientos nacionales de otras latitudes, fundados en alianzas de clase muy diferentes y de menor pujanza transformadora. Perón verá en el movimiento obrero organizado, en lo sucesivo, con justas razones, “la columna vertebral” del movimiento nacional.
3) EL DÍA EN QUE SE CONSOLIDÓ LA JUSTICIA SOCIAL COMO EJE DE LA COMUNIDAD ORGANIZADA
El espontáneo sentimiento de los sectores obreros ante la noticia de la renuncia y prisión de Perón es de indignación pero también de temor ante la posibilidad de ver destruidas sus conquistas. Un ignoto funcionario a quien designa el gobierno al frente de Trabajo y Previsión se encarga de anunciar por la radiofonía que el Estado no tiene ya un papel relevante que cumplir en los conflictos laborales “pues patrones y obreros deben resolver directamente sus problemas”. Es el regreso brusco al pasado: todos comprenden de inmediato que el Estado dejará de equilibrar las desiguales relaciones de fuerzas del trabajador con la patronal. Aunque sectores sindicales burocratizados piensan en acomodarse a la nueva situación, los dirigentes más perspicaces y las bases advierten de inmediato que la caída de Perón es un ataque directo a ellos. El 17 de octubre es, pues, la reacción de los trabajadores en defensa, no sólo de Perón, sino también de la Justicia Social que protege sus derechos.
La Justicia Social se erige así, de manera definitiva, en la bandera que expresa esta alianza con el movimiento obrero, y en uno de los tres ejes históricos del peronismo. Justicia Social que procura atenuar desigualdades mediante la intervención activa y decidida del Estado en las relaciones laborales, en el mejoramiento de las condiciones de trabajo, en la distribución del PBI, en el acceso a la salud, la vivienda digna, la educación en todos sus niveles, las vacaciones, la recreación, el deporte, la previsión social, la protección de la familia, la infancia y la ancianidad, la acción sindical.
El concepto de Justicia Social de Perón es mucho más claro, amplio y categórico que la actual y trillada apelación a la “inclusión social”. No se trata de que quienes están dentro del sistema abran rendijas con paternal voluntarismo a quienes quedaron fuera para que puedan gozar de mínimos bienes a los que no tenían acceso, sino de garantizar que cada uno reciba lo que en justicia le corresponde en tanto ser humano –“donde hay una necesidad nace un derecho”- para llevar adelante una vida digna y realizarse plenamente, dentro de una comunidad inteligentemente organizada con el doble propósito de procurar la “felicidad de pueblo” y la “grandeza de la Patria”.
El capítulo III de la Constitución de 1949 “Derechos del trabajador, de la familia, de la ancianidad y de la educación y la cultura”, no es sino la plasmación constitucional de los principios rectores de la Justicia Social de inspiración obrera que traslada a la “carta magna” el compromiso asumido por Perón en su discurso del 10 de octubre de 1945, después de haber sido forzado a renunciar, y que retoma y promueve cuando regresa al poder como Presidente: “la obra social realizada y las conquistas alcanzadas serán inamovibles”.
Esta Justicia Social iría mucho más allá de consagrar normas tuitivas laborales: intentaría forjar un orden –“comunidad organizada”- donde el Estado ponía su poder regulador e interventor al servicio del bien común, limitando la propiedad y el poder del capital, y reservándose el dominio y manejo de los recursos estratégicos. El célebre capítulo IV de la Constitución de 1949, en su artículo 38, proclamaría: “La propiedad privada tiene una función social y en consecuencia, estará sometida a las obligaciones que establezca la ley con fines de bien común. Incumbe al Estado (…) procurar a cada labriego o labriega la posibilidad de convertirse en propietario de la tierra que cultiva (...)”; en su artículo 39, ponía al capital “al servicio de la economía nacional” y lo obligaba a reconocer como principal objeto “el bienestar social”, no pudiendo contrariar “los fines de beneficio común del pueblo argentino”; el artículo 40 sostenía nítidamente: “La organización de la riqueza y su explotación tienen por fin el bienestar del pueblo, dentro de un orden económico conforme a los principios de la justicia social” a la vez que reservaba al Estado el rol regulador e interventor para salvaguardar el bien común, impedía el monopolio privado y establecía el dominio estatal sobre las fuentes naturales de energía y los servicios públicos.
¡Qué mezquina, modesta y pálida parece en comparación la posmoderna frase “inclusión social” con que hoy nos llenamos la boca!... Aún dejando atrás la abierta traición a los ideales peronistas consumada cínicamente por el menemismo en los noventa, y pese a la cháchara seudoideologista de quienes se pretenden “superadores de Perón” y son simples maquilladores de las viejas teorías desarrollistas que nada tienen en común con el peronismo histórico, en el presente no hemos tenido siquiera una tímida aproximación al concepto de Justicia Social de la Revolución peronista original. Lo que alguna vez fue Justicia Social transmutó en asistencialismo de mezquinas miras. Hablar de participación obrera en las ganancias de las empresas es casi una herejía, y la presentación de un proyecto de ley en ese sentido por un diputado de origen sindical fue rápidamente sofocada con un reto. Hasta se ha eliminado del nuevo Código Civil y Comercial, vergonzantemente, toda alusión a la “función social de la propiedad” en aras de un concepto ultraliberal del derecho de propiedad que parece extraído de manuales decimonónicos. ¡No sea cosa que las multinacionales o el “capitalismo de amigos”, que se enriquecen a la sombra de los gobiernos, se horroricen por esa concepción socializante!
3) EL MILITAR PACIFISTA
Entre los rasgos que van perfilándose en aquellas jornadas de octubre de 1945, merece destacarse la actitud prudente y pacífica de Perón, que descarta cualquier acción vindicativa violenta para mantenerse en el poder frente a quienes reclaman su cabeza, y se opone a reprimir a los sublevados, y luego a encabezar él mismo una sublevación. “Si yo –escribirá tiempo después- con todos los resortes de la fuerza en la mano que me hubiese permitido reducir a Campo de Mayo en pocas horas, me negué a hacer matar un solo hombre por salvar una situación –que si bien era del país podía interpretarse como personal-, no podía pensarse que fuera tan torpe como para encabezar una revolución ahora”. Lo mismo hará una década más tarde, al rehusar desatar una oposición armada a su derrocamiento por la mal llamada Revolución Libertadora “para evitar una guerra civil”.
Recientemente, uno de sus más cercanos colaboradores en el exilio de Puerta de Hierro recordaba que Perón, en cierta ocasión, quiso conocer el monumento del Valle de los Caídos en la guerra civil española, y que una vez allí, conmovido, lo tomó del brazo y le dijo:
“La política no vale una sola vida humana”.
Se ha acusado a Perón –no siempre sin razón- de promover la violencia. Pero lo cierto es que la apelación a la violencia ha sido en él esporádica, mientras que sus convicciones pacifistas han predominado en una larga carrera política, lo que lo llevó a autodefinirse con humor como un “león herbívoro”, “un raro ejemplar de general pacifista”, y el adalid de una “Revolución pacífica” para la Argentina, siempre dispuesto a “gastar tiempo en vez de sangre” para las transformaciones sociales. Este rasgo aparece ya en la conducta de Perón en octubre de 1945, y en la histórica jornada del 17: jornada pacífica por excelencia, pese al pánico y el horror de los representantes del “viejo país”.
4) LA PLAZA Y EL BALCÓN
El 17 de octubre afianza asimismo, ya para siempre, una escenografía y una modalidad de comunicación que se convertirá en el sello distintivo de Perón: su intercambio, en parte discurso, en parte diálogo, con la multitud. Un arte en el que llegará a ser maestro y que ejercerá desde entonces hasta el 12 de junio de 1974, en que se dirige a los trabajadores y al pueblo, pocos días antes de su fallecimiento, para agitar por última vez la bandera de la liberación nacional. La improvisada alocución de Perón, conmovida y al mismo tiempo conceptuosa, repetidamente interrumpida por los gritos e interpelaciones de los concurrentes, se convierte así en el modelo de un tipo de liderazgo directo y paternal, en el que la multitud no sólo recibe un mensaje sino que lo va ayudando a conformar mediante sus reacciones, sus vítores y hasta sus exigencias. La plaza y el balcón se convierten así en símbolos nacionales del protagonismo popular.
5) LEALTAD DE PERON AL DIA DE LA LEALTAD
Son abundantes y elocuentes las páginas que se han escrito sobre el 17 de octubre, y poco lo que podemos agregar a ellas. Pero hay algunos aspectos en los que quisiera detenerme en torno a la evolución de Perón y el movimiento nacional que se consolidan como actores políticos a partir de aquel momento, y las doctrinas que le darán sustento en las siguientes tres décadas hasta la muerte del líder.
En mi libro “EL ULTIMO PERÓN, 40 AÑOS DESPUES” me he ocupado de combatir y refutar el mito denigratorio según el cual el Perón que regresó en 1972 y 1973, poniendo fin a largos años de proscripción y exilio, no habría sido el mismo líder revolucionario parido por el 17 de octubre de 1945: aquel líder impetuoso y justiciero que llevó a cabo una monumental transformación del país en sus dos primeras presidencias, hasta su derrocamiento en septiembre de 1955.
Dicho mito denigratorio es de una absoluta falsedad, pues, tal como pruebo en mi libro, hay en el viejo Perón, el del “retorno”, una continuidad histórica y una admirable fidelidad a las líneas directrices del movimiento nacional formuladas por el joven Perón en los años fundacionales. Esta es la tesis central de mi libro, y me permitiré sintetizarla aquí en algunos de sus puntos más importantes, para demostrar que el 17 de octubre de 1945 dio a luz un movimiento histórico y un liderazgo de una enorme coherencia, que mantuvo su vitalidad pese a los embates sangrientos de sus enemigos políticos internos y de los dos poderosos imperialismos que se repartieron el mundo en la Conferencia de Yalta, que veían en Perón al cabecilla de una -para ellos- inaceptable tentativa de emprender un camino soberano, escapando al destino de dependencia colonial fijado por los dueños del mundo. En apretada síntesis podemos decir que:
-El viejo Perón, tanto como el joven Perón, sostuvo hasta el día de su muerte la creencia de que el movimiento obrero organizado era la base del movimiento nacional, y depositó en la CGT –cuya reunificación promoviera- uno de los pilares sobre los cuales edificó el Pacto Social puesto en marcha en 1973. Esto no fue comprendido ni aceptado por los sectores autoproclamados “revolucionarios” que, por el contrario, con aversión cuasi clasista, veían en los sindicatos un rival orgánico en la lucha por la herencia de conducción, al cual había que debilitar, copar o destruir.
-El viejo Perón mantuvo incólume su pretensión de restaurar la Justicia Social mediante la intervención directa del Estado, logrando en pocos meses el pleno empleo, el fin de una inflación galopante que devoraba los salarios y la recuperación de unos diez puntos porcentuales en la participación de los trabajadores en la distribución del PBI. Recordemos que al momento de su derrocamiento dicha participación rondaba el cincuenta por ciento; que en los años posteriores se había visto drásticamente recortada por los gobiernos antiperonistas; y que en mayo de 1973, al asumir el gobierno el FREJULI, apenas arañaba en 33 por ciento. Hacia fin de ese año, aún con límites a los aumentos salariales, Perón había conseguido restablecer buena parte del poder adquisitivo perdido y estaba en condiciones de anunciar que el Plan Trienal llevaría nuevamente a cerca del cincuenta por ciento la participación obrera en el PBI para 1977. A ello cabe sumar la acción social directa, los planes de vivienda y créditos hipotecarios, y políticas activas en materia de salud, vacunación, mejoras previsionales y laborales que se pusieron en marcha entre 1973 y 1974. A la muerte de Perón ya estaba en condiciones de ser aprobada una nueva Ley de Contratos de Trabajo que era, una vez más, de las más avanzadas legislaciones laborales de la época, y restauraba con firmeza la protección legal de los derechos laborales.
-El viejo Perón reinició en 1973 y 1974 el proceso interrumpido por las dictaduras antiperonistas de nacionalización de los resortes fundamentales de una economía argentina que había sufrido una agresiva transnacionalización. En efecto, con la Revolución Libertadora el país había regresado, siguiendo las reaccionarias directivas de Raúl Prebisch, al liberalismo económico, a la vez que había adherido al Fondo Monetario Internacional, a lo cual se negara tenazmente Perón durante su presidencia. El desarrollismo abrió las puertas a los capitales norteamericanos y las multinacionales se apoderaron progresivamente de vastos sectores de la economía nacional. La política económica del viejo Perón tuvo, pues, como uno de sus objetivos más claramente definidos la recuperación del rol directivo del Estado. Se pasó a controlar los depósitos bancarios y se inició el proceso de nacionalización de bancos extranjeros, a la vez que se daba a la Junta Nacional de Granos y a la de Carnes un rol ampliado para convertirlas en herramientas de recuperación del control estatal sobre el comercio exterior agropecuario. Se avanzó asimismo en el relanzamiento de sectores estratégicos como la energía nuclear e hidroeléctrica o la flota mercante. Las automotrices norteamericanas debieron incluso avenirse a exportar automóviles a Cuba, de acuerdo a lo convenido con su gobierno, rompiendo el bloqueo a la isla, bajo amenaza de expropiación de toda su producción.
-El viejo Perón retomó los lineamientos fundamentales de una política exterior independiente y soberana. Propició en su último gobierno, tal como lo había hecho en sus dos primeros, la unión latinoamericana a partir de sus excelentes relaciones con mandatarios de países vecinos como Salvador Allende, Omar Torrijos, Fidel Castro, Velasco Alvarado o Luis Echeverría, con la mira de poner en acción su formidable idea –de la cual fue el auténtico precursor y más preclaro y sistemático exponente- de una unión latinoamericana capaz de resistir los embates del imperialismo norteamericano y defender de la voracidad extranjera los recursos naturales codiciados por los países desarrollados. Estas ideas eran de vieja data en él, y ya habían tenido expresión en sus primeros gobiernos a través de la política de acuerdos bilaterales y uniones aduaneras, así como su célebre concepción del ABC (unión de Argentina, Brasil y Chile, para promover desde esa base la total unificación continental), formulada e intentada en 1951, y retomada en algunos de sus mejores textos políticos del exilio. Al mismo tiempo, el viejo Perón vuelve a la idea de la Tercera Posición -que traducida a la política internacional postulaba un camino independiente tanto del imperialismo norteamericano como del soviético-, e integra a la Argentina al Movimiento de Países No Alineados.
Todas estas líneas políticas, sostenidas y defendidas por el Perón de la vejez no son sino expresión renovada de las mismas concepciones de nacionalismo popular latinoamericano y antiimperialista surgidas a la luz en la efervescencia de aquellas míticas jornadas de octubre de 1945, y a las cuales siempre Perón rindió culto e hizo honor con impecable fidelidad, mal que les pese a los tendenciosos denigradores de su vejez. Las circunstancias nacionales y mundiales cambiaron, y también las tácticas y las herramientas, pero los objetivos estratégicos de la Revolución Peronista iniciada aquel 17 de octubre nunca fueron abandonados por Perón hasta el día de su muerte.
La Lealtad que se celebra en aquella fecha ilustre no fue, pues, un camino de ida. Hubo lealtad de los trabajadores hacia el conductor que ayudó a materializar sus conquistas, pero también hubo lealtad del líder hacia el movimiento nacional forjado entonces de la mano de los descamisados que lo rescataron en su hora de desgracia: esos pobres y trabajadores a quienes Evita, en su lecho de muerte, pedía a Perón no olvidar jamás “pues son los únicos que saben ser fieles”.
JAVIER GARIN, AUTOR DE "EL ULTIMO PERON" |
1) UNA JORNADA MÍTICA:
El 17 de octubre de 1945 se instaló desde un principio, en el imaginario popular, como un momento fundacional y mítico. Carácter que no hizo más que consolidarse con el paso del tiempo, por derecho propio, con independencia de la propaganda justicialista -que lo promovió a “Día de la Lealtad” y oficializó su celebración casi como una fecha patria, sobre todo a partir de 1947-, y a despecho de la negación obstinada de las sucesivas dictaduras y gobiernos antiperonistas que pretendieron borrarlo de la memoria colectiva mediante la descalificación –“aluvión zoológico”-, la represión, la proscripción y la censura.
La irrupción pública y masiva de un actor político y social -el proletariado urbano-, hasta entonces invisibilizado, tomando posesión de la Plaza de Mayo, tiene una potencia arrolladora como síntesis de época. La irreverencia popular ha quedado eternizada en la imagen trilladísima y poderosa de “las patas en la fuente” de aquellos pacíficos “cabecitas negras”, los futuros “descamisados” y “grasitas” de Evita, que venían en oleadas desde el Conurbano profundo hacia el centro simbólico del poder institucional.
El hecho político en sí posee todas las características necesarias para convertirse en mito fundacional, con su héroe abatido y luego restaurado por la obra redentora del pueblo. Perón, futuro líder de un movimiento que todavía no existe en la percepción de los medios y el microclima político, pero que se ha ido gestando en las sombras de la realidad social profunda, cae en desgracia y es derrotado por las intrigas palaciegas del gobierno militar al cual pertenece y del que ha sido el verdadero cerebro hasta entonces. Es un dirigente momentáneamente aislado: en su círculo de poder ha perdido apoyo, y fuera del gobierno es visto por la dirigencia tradicional -desde la derecha hasta la izquierda, desde el esclavista Patrón Costas hasta el comunista Victorio Codovilla-, y por los virreyes imperiales anglosajones, como un elemento extraño, peligroso, al cual hay que derribar. Y en esa soledad política, en esa hora de derrota, en la cual el propio Perón no avizora esperanza inmediata, meditando en retirarse al remoto Chubut –según confiesa en carta a Evita desde su prisión en Martín García-, es cuando el pueblo trabajador -y no las camarillas dirigenciales- se moviliza para rescatar al incómodo coronel de su ostracismo.
El potencial de este drama fue explicitado por Scalabrini Ortíz, al describir la movilización popular mediante una transparente apelación al lenguaje mítico y legendario: “subsuelo de la patria sublevado”, “cimiento básico de la nación que asomaba”, “los hombres que están solos y esperan, que iniciaban sus tareas de reivindicación”, “el espíritu de la tierra presente”, etcétera.
Más prosaico, Cabot, el embajador norteamericano, informa al Departamento de Estado yanqui, al día siguiente: “Prácticamente ninguna persona con que he conversado deja de manifestar su perplejidad ni alcanza a explicar los sucesos de las últimas 24 horas. Hay un consenso generalizado de que los sectores que apoyan a Perón son mucho más fuertes de lo que nadie se hubiera imaginado, que las fuerzas antiperonistas fueron tomadas por sorpresa y que el sentimiento popular se volcó repentinamente a favor de Perón.”
Se podrá debatir cuánto hubo de espontaneidad y cuánto de astucia organizativa en la movilización del 17 de octubre. Se podrá evaluar en mayor o menor medida el papel que cupo a Domingo Mercante, a Cipriano Reyes, a los líderes sindicales afines y a los demás dirigentes y oficiales del Ejército involucrados. Se podrá contender acerca del número de manifestantes, si fueron treinta mil (según el embajador norteamericano) o medio millón (según las fuentes peronistas). Ello no altera en nada la contundencia, novedad y significación del hecho político que entonces se produjo, ni desmerece la definición de Jauretche: “El 17 de octubre fue una Fuenteovejuna, nadie y todos lo hicieron”.
2) EL DÍA EN QUE SE SELLÓ UNA ALIANZA PERMANENTE ENTRE PERON Y LOS TRABAJADORES.
Una de las consecuencias más memorables del 17 de octubre es que queda reafirmado definitivamente un vínculo indestructible entre el naciente líder nacionalista y la masa trabajadora. Un vínculo surgido y cultivado con esmero en las jornadas infatigables de la Secretaría de Trabajo y Previsión, y en los avances normativos que van recogiendo las demandas laborales insatisfechas de décadas de lucha obrera. Un vínculo que será el respaldo permanente de Perón como político y que determinará el contenido de buena parte de sus doctrinas y planes de gobierno.
De esta manera, el peronismo asumirá su forma definitiva como movimiento nacional con un fuerte componente obrero y un ineludible compromiso de reivindicación de los intereses de los trabajadores, tal como quedará plasmado en la legislación laboral y sindical y en la reforma constitucional de 1949, con su consagración de derechos sociales, que se contaban entre las más avanzadas del mundo y que aún hoy asombra por sus generosos alcances tuitivos.
La Revolución Nacional encarnada por Perón, en su objetivo central de emancipar al país de los lazos coloniales, quedará para siempre marcada por este componente proletario, que la distinguirá de movimientos nacionales de otras latitudes, fundados en alianzas de clase muy diferentes y de menor pujanza transformadora. Perón verá en el movimiento obrero organizado, en lo sucesivo, con justas razones, “la columna vertebral” del movimiento nacional.
3) EL DÍA EN QUE SE CONSOLIDÓ LA JUSTICIA SOCIAL COMO EJE DE LA COMUNIDAD ORGANIZADA
El espontáneo sentimiento de los sectores obreros ante la noticia de la renuncia y prisión de Perón es de indignación pero también de temor ante la posibilidad de ver destruidas sus conquistas. Un ignoto funcionario a quien designa el gobierno al frente de Trabajo y Previsión se encarga de anunciar por la radiofonía que el Estado no tiene ya un papel relevante que cumplir en los conflictos laborales “pues patrones y obreros deben resolver directamente sus problemas”. Es el regreso brusco al pasado: todos comprenden de inmediato que el Estado dejará de equilibrar las desiguales relaciones de fuerzas del trabajador con la patronal. Aunque sectores sindicales burocratizados piensan en acomodarse a la nueva situación, los dirigentes más perspicaces y las bases advierten de inmediato que la caída de Perón es un ataque directo a ellos. El 17 de octubre es, pues, la reacción de los trabajadores en defensa, no sólo de Perón, sino también de la Justicia Social que protege sus derechos.
La Justicia Social se erige así, de manera definitiva, en la bandera que expresa esta alianza con el movimiento obrero, y en uno de los tres ejes históricos del peronismo. Justicia Social que procura atenuar desigualdades mediante la intervención activa y decidida del Estado en las relaciones laborales, en el mejoramiento de las condiciones de trabajo, en la distribución del PBI, en el acceso a la salud, la vivienda digna, la educación en todos sus niveles, las vacaciones, la recreación, el deporte, la previsión social, la protección de la familia, la infancia y la ancianidad, la acción sindical.
El concepto de Justicia Social de Perón es mucho más claro, amplio y categórico que la actual y trillada apelación a la “inclusión social”. No se trata de que quienes están dentro del sistema abran rendijas con paternal voluntarismo a quienes quedaron fuera para que puedan gozar de mínimos bienes a los que no tenían acceso, sino de garantizar que cada uno reciba lo que en justicia le corresponde en tanto ser humano –“donde hay una necesidad nace un derecho”- para llevar adelante una vida digna y realizarse plenamente, dentro de una comunidad inteligentemente organizada con el doble propósito de procurar la “felicidad de pueblo” y la “grandeza de la Patria”.
El capítulo III de la Constitución de 1949 “Derechos del trabajador, de la familia, de la ancianidad y de la educación y la cultura”, no es sino la plasmación constitucional de los principios rectores de la Justicia Social de inspiración obrera que traslada a la “carta magna” el compromiso asumido por Perón en su discurso del 10 de octubre de 1945, después de haber sido forzado a renunciar, y que retoma y promueve cuando regresa al poder como Presidente: “la obra social realizada y las conquistas alcanzadas serán inamovibles”.
Esta Justicia Social iría mucho más allá de consagrar normas tuitivas laborales: intentaría forjar un orden –“comunidad organizada”- donde el Estado ponía su poder regulador e interventor al servicio del bien común, limitando la propiedad y el poder del capital, y reservándose el dominio y manejo de los recursos estratégicos. El célebre capítulo IV de la Constitución de 1949, en su artículo 38, proclamaría: “La propiedad privada tiene una función social y en consecuencia, estará sometida a las obligaciones que establezca la ley con fines de bien común. Incumbe al Estado (…) procurar a cada labriego o labriega la posibilidad de convertirse en propietario de la tierra que cultiva (...)”; en su artículo 39, ponía al capital “al servicio de la economía nacional” y lo obligaba a reconocer como principal objeto “el bienestar social”, no pudiendo contrariar “los fines de beneficio común del pueblo argentino”; el artículo 40 sostenía nítidamente: “La organización de la riqueza y su explotación tienen por fin el bienestar del pueblo, dentro de un orden económico conforme a los principios de la justicia social” a la vez que reservaba al Estado el rol regulador e interventor para salvaguardar el bien común, impedía el monopolio privado y establecía el dominio estatal sobre las fuentes naturales de energía y los servicios públicos.
¡Qué mezquina, modesta y pálida parece en comparación la posmoderna frase “inclusión social” con que hoy nos llenamos la boca!... Aún dejando atrás la abierta traición a los ideales peronistas consumada cínicamente por el menemismo en los noventa, y pese a la cháchara seudoideologista de quienes se pretenden “superadores de Perón” y son simples maquilladores de las viejas teorías desarrollistas que nada tienen en común con el peronismo histórico, en el presente no hemos tenido siquiera una tímida aproximación al concepto de Justicia Social de la Revolución peronista original. Lo que alguna vez fue Justicia Social transmutó en asistencialismo de mezquinas miras. Hablar de participación obrera en las ganancias de las empresas es casi una herejía, y la presentación de un proyecto de ley en ese sentido por un diputado de origen sindical fue rápidamente sofocada con un reto. Hasta se ha eliminado del nuevo Código Civil y Comercial, vergonzantemente, toda alusión a la “función social de la propiedad” en aras de un concepto ultraliberal del derecho de propiedad que parece extraído de manuales decimonónicos. ¡No sea cosa que las multinacionales o el “capitalismo de amigos”, que se enriquecen a la sombra de los gobiernos, se horroricen por esa concepción socializante!
3) EL MILITAR PACIFISTA
Entre los rasgos que van perfilándose en aquellas jornadas de octubre de 1945, merece destacarse la actitud prudente y pacífica de Perón, que descarta cualquier acción vindicativa violenta para mantenerse en el poder frente a quienes reclaman su cabeza, y se opone a reprimir a los sublevados, y luego a encabezar él mismo una sublevación. “Si yo –escribirá tiempo después- con todos los resortes de la fuerza en la mano que me hubiese permitido reducir a Campo de Mayo en pocas horas, me negué a hacer matar un solo hombre por salvar una situación –que si bien era del país podía interpretarse como personal-, no podía pensarse que fuera tan torpe como para encabezar una revolución ahora”. Lo mismo hará una década más tarde, al rehusar desatar una oposición armada a su derrocamiento por la mal llamada Revolución Libertadora “para evitar una guerra civil”.
Recientemente, uno de sus más cercanos colaboradores en el exilio de Puerta de Hierro recordaba que Perón, en cierta ocasión, quiso conocer el monumento del Valle de los Caídos en la guerra civil española, y que una vez allí, conmovido, lo tomó del brazo y le dijo:
“La política no vale una sola vida humana”.
Se ha acusado a Perón –no siempre sin razón- de promover la violencia. Pero lo cierto es que la apelación a la violencia ha sido en él esporádica, mientras que sus convicciones pacifistas han predominado en una larga carrera política, lo que lo llevó a autodefinirse con humor como un “león herbívoro”, “un raro ejemplar de general pacifista”, y el adalid de una “Revolución pacífica” para la Argentina, siempre dispuesto a “gastar tiempo en vez de sangre” para las transformaciones sociales. Este rasgo aparece ya en la conducta de Perón en octubre de 1945, y en la histórica jornada del 17: jornada pacífica por excelencia, pese al pánico y el horror de los representantes del “viejo país”.
El 17 de octubre afianza asimismo, ya para siempre, una escenografía y una modalidad de comunicación que se convertirá en el sello distintivo de Perón: su intercambio, en parte discurso, en parte diálogo, con la multitud. Un arte en el que llegará a ser maestro y que ejercerá desde entonces hasta el 12 de junio de 1974, en que se dirige a los trabajadores y al pueblo, pocos días antes de su fallecimiento, para agitar por última vez la bandera de la liberación nacional. La improvisada alocución de Perón, conmovida y al mismo tiempo conceptuosa, repetidamente interrumpida por los gritos e interpelaciones de los concurrentes, se convierte así en el modelo de un tipo de liderazgo directo y paternal, en el que la multitud no sólo recibe un mensaje sino que lo va ayudando a conformar mediante sus reacciones, sus vítores y hasta sus exigencias. La plaza y el balcón se convierten así en símbolos nacionales del protagonismo popular.
5) LEALTAD DE PERON AL DIA DE LA LEALTAD
Son abundantes y elocuentes las páginas que se han escrito sobre el 17 de octubre, y poco lo que podemos agregar a ellas. Pero hay algunos aspectos en los que quisiera detenerme en torno a la evolución de Perón y el movimiento nacional que se consolidan como actores políticos a partir de aquel momento, y las doctrinas que le darán sustento en las siguientes tres décadas hasta la muerte del líder.
En mi libro “EL ULTIMO PERÓN, 40 AÑOS DESPUES” me he ocupado de combatir y refutar el mito denigratorio según el cual el Perón que regresó en 1972 y 1973, poniendo fin a largos años de proscripción y exilio, no habría sido el mismo líder revolucionario parido por el 17 de octubre de 1945: aquel líder impetuoso y justiciero que llevó a cabo una monumental transformación del país en sus dos primeras presidencias, hasta su derrocamiento en septiembre de 1955.
Dicho mito denigratorio es de una absoluta falsedad, pues, tal como pruebo en mi libro, hay en el viejo Perón, el del “retorno”, una continuidad histórica y una admirable fidelidad a las líneas directrices del movimiento nacional formuladas por el joven Perón en los años fundacionales. Esta es la tesis central de mi libro, y me permitiré sintetizarla aquí en algunos de sus puntos más importantes, para demostrar que el 17 de octubre de 1945 dio a luz un movimiento histórico y un liderazgo de una enorme coherencia, que mantuvo su vitalidad pese a los embates sangrientos de sus enemigos políticos internos y de los dos poderosos imperialismos que se repartieron el mundo en la Conferencia de Yalta, que veían en Perón al cabecilla de una -para ellos- inaceptable tentativa de emprender un camino soberano, escapando al destino de dependencia colonial fijado por los dueños del mundo. En apretada síntesis podemos decir que:
-El viejo Perón, tanto como el joven Perón, sostuvo hasta el día de su muerte la creencia de que el movimiento obrero organizado era la base del movimiento nacional, y depositó en la CGT –cuya reunificación promoviera- uno de los pilares sobre los cuales edificó el Pacto Social puesto en marcha en 1973. Esto no fue comprendido ni aceptado por los sectores autoproclamados “revolucionarios” que, por el contrario, con aversión cuasi clasista, veían en los sindicatos un rival orgánico en la lucha por la herencia de conducción, al cual había que debilitar, copar o destruir.
-El viejo Perón mantuvo incólume su pretensión de restaurar la Justicia Social mediante la intervención directa del Estado, logrando en pocos meses el pleno empleo, el fin de una inflación galopante que devoraba los salarios y la recuperación de unos diez puntos porcentuales en la participación de los trabajadores en la distribución del PBI. Recordemos que al momento de su derrocamiento dicha participación rondaba el cincuenta por ciento; que en los años posteriores se había visto drásticamente recortada por los gobiernos antiperonistas; y que en mayo de 1973, al asumir el gobierno el FREJULI, apenas arañaba en 33 por ciento. Hacia fin de ese año, aún con límites a los aumentos salariales, Perón había conseguido restablecer buena parte del poder adquisitivo perdido y estaba en condiciones de anunciar que el Plan Trienal llevaría nuevamente a cerca del cincuenta por ciento la participación obrera en el PBI para 1977. A ello cabe sumar la acción social directa, los planes de vivienda y créditos hipotecarios, y políticas activas en materia de salud, vacunación, mejoras previsionales y laborales que se pusieron en marcha entre 1973 y 1974. A la muerte de Perón ya estaba en condiciones de ser aprobada una nueva Ley de Contratos de Trabajo que era, una vez más, de las más avanzadas legislaciones laborales de la época, y restauraba con firmeza la protección legal de los derechos laborales.
-El viejo Perón reinició en 1973 y 1974 el proceso interrumpido por las dictaduras antiperonistas de nacionalización de los resortes fundamentales de una economía argentina que había sufrido una agresiva transnacionalización. En efecto, con la Revolución Libertadora el país había regresado, siguiendo las reaccionarias directivas de Raúl Prebisch, al liberalismo económico, a la vez que había adherido al Fondo Monetario Internacional, a lo cual se negara tenazmente Perón durante su presidencia. El desarrollismo abrió las puertas a los capitales norteamericanos y las multinacionales se apoderaron progresivamente de vastos sectores de la economía nacional. La política económica del viejo Perón tuvo, pues, como uno de sus objetivos más claramente definidos la recuperación del rol directivo del Estado. Se pasó a controlar los depósitos bancarios y se inició el proceso de nacionalización de bancos extranjeros, a la vez que se daba a la Junta Nacional de Granos y a la de Carnes un rol ampliado para convertirlas en herramientas de recuperación del control estatal sobre el comercio exterior agropecuario. Se avanzó asimismo en el relanzamiento de sectores estratégicos como la energía nuclear e hidroeléctrica o la flota mercante. Las automotrices norteamericanas debieron incluso avenirse a exportar automóviles a Cuba, de acuerdo a lo convenido con su gobierno, rompiendo el bloqueo a la isla, bajo amenaza de expropiación de toda su producción.
-El viejo Perón retomó los lineamientos fundamentales de una política exterior independiente y soberana. Propició en su último gobierno, tal como lo había hecho en sus dos primeros, la unión latinoamericana a partir de sus excelentes relaciones con mandatarios de países vecinos como Salvador Allende, Omar Torrijos, Fidel Castro, Velasco Alvarado o Luis Echeverría, con la mira de poner en acción su formidable idea –de la cual fue el auténtico precursor y más preclaro y sistemático exponente- de una unión latinoamericana capaz de resistir los embates del imperialismo norteamericano y defender de la voracidad extranjera los recursos naturales codiciados por los países desarrollados. Estas ideas eran de vieja data en él, y ya habían tenido expresión en sus primeros gobiernos a través de la política de acuerdos bilaterales y uniones aduaneras, así como su célebre concepción del ABC (unión de Argentina, Brasil y Chile, para promover desde esa base la total unificación continental), formulada e intentada en 1951, y retomada en algunos de sus mejores textos políticos del exilio. Al mismo tiempo, el viejo Perón vuelve a la idea de la Tercera Posición -que traducida a la política internacional postulaba un camino independiente tanto del imperialismo norteamericano como del soviético-, e integra a la Argentina al Movimiento de Países No Alineados.
Todas estas líneas políticas, sostenidas y defendidas por el Perón de la vejez no son sino expresión renovada de las mismas concepciones de nacionalismo popular latinoamericano y antiimperialista surgidas a la luz en la efervescencia de aquellas míticas jornadas de octubre de 1945, y a las cuales siempre Perón rindió culto e hizo honor con impecable fidelidad, mal que les pese a los tendenciosos denigradores de su vejez. Las circunstancias nacionales y mundiales cambiaron, y también las tácticas y las herramientas, pero los objetivos estratégicos de la Revolución Peronista iniciada aquel 17 de octubre nunca fueron abandonados por Perón hasta el día de su muerte.
La Lealtad que se celebra en aquella fecha ilustre no fue, pues, un camino de ida. Hubo lealtad de los trabajadores hacia el conductor que ayudó a materializar sus conquistas, pero también hubo lealtad del líder hacia el movimiento nacional forjado entonces de la mano de los descamisados que lo rescataron en su hora de desgracia: esos pobres y trabajadores a quienes Evita, en su lecho de muerte, pedía a Perón no olvidar jamás “pues son los únicos que saben ser fieles”.
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